Microrelatos

Tendiendo al sol

Foto: Susi Rodríguez

Foto: Susi Rodríguez

– Buenos días princesa!
– Hola!
– Porqué tiendes tu ropa en la calle?
– Para que se seque
– No ves que la expones a la mirada pública? Cualquiera se la puede llevar.
– Quien querría llevarse mi ropa?
– Ni te imaginas la de depredadores que hay por ahí, con aspecto de gente normal.
– Aunque así sea, no se llevarían gran cosa!
– Se llevan tu aroma prendido en la ropa, tus gustos más íntimos, tus ideas prodigiosas, tu luz y tus sombras. Se pueden llevar cualquier pieza de este escaparate perfecto que tiendes cada día al sol.
– Me dejas sin palabras.
– Sin ropa, te dejaría yo!

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Ventolera

Autor: Penkdix Palme

Foto: Penkdix Palme

En la calle las papeleras no son capaces de mantenerse quietas por el viento huracanado de las azota.
Las ramas de los árboles se mecen con ímpetu dejando caer las pocas hojas secas que les quedan.
En el otro lado del parque, un edificio precioso lleno de libros resguarda a la gente del frío que se ha instalado cómodamente por todas partes.
Desde los grandes ventanales del templo de los libros se puede ver el lago de los Sueños. Allí, una rana espera impaciente a la princesa que de dará un beso para convertirla en otra cosa que ella no es, pero que intuye mejor.
Pero el lago está lleno de batracios de sangre fría metamorfoseados, intentando disuadir a la rana por todos los medios posibles de que abandone sus absurdos propósitos.
En vano le explican su verdadera naturaleza y la inutilidad de sus intenciones. La rana tiene un sueño y está dispuesta a luchar hasta morir por conseguirlo.
Una ráfaga traicionera absorbe del agua a todos los habitantes del lago hasta llevarlos a una nube negra que viaja veloz hasta un páramo dónde se alza un castillo medieval.
Llueve con fuerza sobre el altiplano lanzando a ranas y batracios sobre los habitantes del edificio fortificado.
La rana soñadora ha caído de bruces en la boca de una princesa, que escupe con asco al bicho sin darle tiempo a que las aves de corral avisen al gallo para que cante.
A lo lejos se oye una saeta lastimera, dramática y triste que pone la banda sonora a esta historia que no debería haber comenzado nunca.
La rana se siente eufórica. Su princesa le ha dado un beso tan sonoro y precioso, que no tardará en producirse la transformación esperada. Incluso oye una bella melodía que a partir de ahora, formará parte para siempre de la banda sonora de su nueva vida recién estrenada.

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Relax

Bañera relajante

Bañera relajante

Llenó la bañera con agua caliente. Vertió sales minerales aromáticas y salpicó con pétalos de flores la superficie del agua. Encendió unas cuantas velas y puso una pieza de música suave.
Se quitó el albornoz blanco de sutil algodón transparente y se sumergió en el agua con los ojos cerrados.
Sintió su dócil cuerpo flotando flexible y sosegado en un grato mar de placer tranquilo.
Cuando acabó de sonar la música y el agua ya estaba templada salió del baño para envolverse en una toalla blanca de algodón caliente.
Untó su cuerpo con aceite de rosas y peinó su pelo hacia atrás dejando al descubierto el óvalo perfecto de su rostro.
Se secó la melena con fruición dejando la seda de su pelo perfectamente liso.
Se vistió con ropa ligera y salió a la calle a recibir los primeros rayos de sol de aquella mañana de primavera.
Compró pan, encargó flores frescas en la parada del mercado, se tomó un café con leche en el bar del barrio, recogió el diario en el quiosco, caminó durante una hora por los alrededores boscosos del pueblo y se sentó a descansar a la orilla del río que cruzaba el sendero.
Le gustaba leer las páginas de cultura y espectáculos. Estaba deseando ver el estreno de la obra de teatro de su grupo favorito. Incluso tenía las entradas reservadas para ver la obra al día siguiente.
Estaba cruzando la carretera de regreso a casa cuando un camión de gran tonelaje le pasó por encima sin verla. Ni siquiera paró para socorrerla. La vida tenía otros planes.

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Espejo

Siento el corazón galopante.

Noto la respiración acelerada.

Presagio la Inquietud.

Una oleada de conmoción me transporta al miedo de juzgar mi aspecto.

Veo un rostro que podría ser el de cualquiera y percibo desasosiego y angustia en esos ojos que me miran.

Advierto inseguridad y dolor.

Tengo ganas de consolar a esa mujer que me conmueve hasta llegar a la compasión.

Ojalá pudiera sentir la grandeza de su alma.

Ojalá pudiera mentirle para que se sintiera especial, querida, atendida, comprendida y segura.

Pero mis artes no valdrán con ella porque soy yo misma desdoblada en un espejo que no se deja persuadir.

Me arden las mejillas y una sensación de ahogo da vueltas alrededor de mi cuello.

Pero sé que me quedan pocos minutos para seguir compadeciendo a esa persona que me habita.

En unos minutos habré escrito sin censuras lo que siento y me transformaré en la madre-esposa-profesional perfecta que los de más perciben en mi.

Y mi sonrisa iluminará los rostros de cada persona que se cruce en mi camino cuando me aleje del espejo.

espejo04

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Reacción visceral

Le llegó la invitación de boda un martes a medio día y la dejó con los otros papeles encima de de la mesa de la cocina.
Sus amigos María y Víctor habían dado el paso. Querían estar juntos para siempre y habían montado una fiesta por todo lo alto para celebrarlo con la familia y los amigos.
Era una tarjeta bonita de cartulina satinada y troquelada sobre la que se veían unos novios a punto de marchar de luna de miel.
«tienen buen gusto» pensó distraída mientras ponía en marcha la tele para ver su programa favorito de sobremesa.
– ¡El problema es la crisis!gritaba un hombre desde una grada llena de gente indignada en el plató de televisión.
– ¡Eso no tiene nada que ver con la crisis!, -le respondía a grito pelado una rubia con dos tatuajes (Jeniffer y Carlos)  en sendos brazos desnudos.
La presentadora moderaba a duras penas el gallinero que se había formado entre los detractores del amor eterno, por un lado, y los locos de amor por sus parejas, por el otro.
Se sentía extraña viendo aquel programa que siempre le había gustado. Empezó a notar un malestar repentino que la obligó a doblarse en dos mientras vomitaba todo lo que se había comido.
Un calor sofocante se le coló por la espalda hasta la base del bulbo raquídeo y empezó a sentir arcadas de repugnancia que le provocaban temblores persistentes en las manos y en el estómago.
Su frente se perló de gotas de sudor frías.
Un remolino de furia se formó en su interior provocandole una transformación espantosa y terrible.
Empezó a lanzar objetos por el suelo y a dar patadas a los muebles; arañó las paredes con sus propias uñas; reventó los colchones de las camas con un cuchillo jamonero; tiró por la ventana toda su ropa; destrozó la vajilla; rajó las cortinas del comedor con unas tijeras; tiró por el water el contenido de todos sus frascos de perfume; le prendió fuego en la terraza a los libros de su mesita de noche; se cortó la melena con un machete de cortar carne; se lió a martillazos contra los cuadros; hizo desaparecer el papel pintado de las paredes con quitaesmalte; sumergió en salfumán sus joyas preciosas; llenó el microondas con aerosoles; dejó abierto el paso del gas; roció con gasolina los muebles y las mantas; puso en marcha el microondas y encendió una cerilla… Salió corriendo a la calle con lo que llevaba puesto.
Ya a lo lejos, las sirenas de los bomberos aullaban con desesperación mientras los hombres se aferraban a sus mangueras sofocando un fuego imposible que había devorado en pocos segundos toda la casa.
Llegó a urgencias con restos de yeso entre las uñas y preguntó en consultas externas por la planta de psiquiatría del hospital. Se desmayó antes de que tuvieran tiempo de indicarle el camino.

invitación

Invitación de Boda

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Conducir

carretera

Carretera

Tenía la certeza de que si dejaba de pisar el acelerador, el tiempo transcurriría más despacio. A cámara lenta. Más acorde con su estado de ánimo. Así que decidió ir a la velocidad exacta que recomendaban las señales verticales de la calzada.

A sesenta quilómetros por hora pudo ver los árboles meciéndose con el viento sofocante de un verano prematuro a punto de comenzar, los prados verdes, la ginesta florecida de los márgenes y el resplandor del sol en el capó de su propio coche.

A ochenta quilómetros por hora tuvo tiempo de apreciar la melena larga, rubia y ondulante de una mujer joven semidesnuda sentada en una maleta en el arcén de la vía. Debajo de un árbol. Con las piernas cruzadas y la espalda inclinada sobre las rodillas acariciándose los pies. Vio sólo su perfil. Su cara blanca. Su carne joven. Imaginó sus formas perfectas acariciando cuerpos ajenos sedientos de amor y atención.

A noventa quilómetros por hora se incorporó en la autopista sabiendo que podía seguir aumentando la velocidad hasta alcanzar los ciento veinte quilómetros sin que su vehículo fuera captado por ningún radar amenazador.

Pero no pudo seguir aumentando la velocidad porque tenía el pensamiento  totalmente centrado en la mujer que acababa de dejar atrás.  En la persona que, tal vez, por una suma apropiada, podría darle lo que más necesitaba.

Se imaginaba la facilidad con la que la chica accedería a subir a su coche y en las palabras que podría decirle para que no se sintiera intimidada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta, demasiado tarde, de que acababa de saltarse la salida de la autopista que llevaba hasta su trabajo.

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Sentimientos

Foto: Susi Rodríguez

Foto: Susi Rodríguez

Tranquilidad y agradecimiento cuando me das ánimos. Cuando me dices una sola palabra para sacarme del encierro de mí misma. Apoyo moral. Alegría al verte. Aire renovado que me traen tus pensamientos. Paz cuando me escuchas y también consuelo. Momentos de sosiego indescriptible que son un regalo. Bienestar. Ganas de abrazarte fuerte para respirar tu olor y sentir tu corazón paciente. Calor en las mejillas. Armonía. Conexión invisible. Gestos de cariño y comprensión. Tanto amor que me asusto y me escapo para no fundirme contigo. Respeto. Autenticidad. Mirada brillante. Entrar en tu mente. Dejarte entrar en la mía. Compañía.
Silencio latiendo

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Trocitos de amor

pajaro

Pájaro

Como si fuera el último pajarito en el invierno del mundo busca las migas de pan que alguien deja en una ventana de vez en cuando.
Está tan concentrado en las migas que se olvida de quien es, porque se sabe pequeño e insignificante aunque sepa volar.
Detrás de la ventana hay un niño que se queda absorto cada vez que el pájaro viene a visitarlo. Su simple presencia le despierta un sentimiento de sorpresa que se parece mucho a la alegría.
En el mismo edificio vive un lobo solitario con sus lobeznos. Como le han dicho que los lobos no tienen sentimientos se pasa el día gruñendo y cree que hace lo correcto.
Los lobeznos, a veces, miran al pájaro con la certeza de que un día, cuando menos se lo espere, se lo comerán.
A pocos metros,  una anciana adorable hace mermelada de moras que ha recogido en el bosque. Su casa huele a pastel recién horneado, a chocolate y a canela.
Hoy la abuela ha invitado a merendar a la familia de lobos, que han rechazado la invitación porque han desconfiado de las intenciones de la señora.
– No os fiéis nunca de las ancianas adorables- les ha dicho el lobo a los suyos.
Ella piensa que con buenas palabras los lobos acabarán entendiendo que no se puede vivir siempre al acecho. Si pudieran aprender a confiar.. todo sería más fácil.
El niño, que tiene la ventana de su cuarto abierta porque aún es verano, ha olido el pastel de su abuela y ha bajado corriendo a su casa para merendar con ella.
Pero antes de marcharse se ha llevado las miguitas de bizcocho que han quedado desperdigadas por el mantel de cuadros rojos que han puesto sobre la mesita del comedor.
El niño sabe que el pájaro, más temprano que tarde, volverá a su ventana a probar el pastel delicioso que cocina tan bien su abuela.
Pero el pájaro, con lágrimas en los ojos y al borde de la desesperación, se ha subido a un rascacielos para tirarse de cabeza contra el asfalto. Hace días que no encuentra migas en aquella ventana que solía estar llena de comida y se siente muy solo.
En la caída libre hacia su salvación, cuando se ha dejado ir y ha olvidado su pequeñez, ha abierto las alas y ha llegado sin darse cuenta a la ventana donde alguien le había dejado unas miguitas especiales llenas de cariño.
Moraleja: todos llevamos dentro una alma libre que sabe volar, un niño que le deja migas de vez en cuando, un lobo que no se fía de nadie y una anciana llena de sabiduría que sabe entender la lobo, querer al niño y dejar volar al pájaro.
Ah! y hacer pasteles…

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